lunes, 16 de febrero de 2015

Entre tu espada y mi pared.

Aún no sé si me encantan o me aterran tus miradas, cuando se me clavan desde lejos tus ojos de fotógrafo, siempre fijos en mis primeros planos.
Te acercas, fingiendo que bailas y hablas con todos, pero sé que es sólo para llegar a mí. Te llamo con miradas furtivas pero luego te doy la espalda. Deseo que vengas pero te ruego en silencio que te marches. Me estoy acostumbrando poco a poco a sentirnos solos entre la multitud. 
Levantas la voz junto a mi oído para hacerte oír. Cruzamos apenas unas palabras con nuestra actitud de bordes monumentales antes de que vuelvas a alejarte, pero tu mano ya se ha posado firme en mi espalda durante más segundos de los necesarios y el escalofrío que eso me provoca me da miedo.
Y te deseo y te detesto al mismo tiempo, poniendo en ti mis cinco sentidos durante un instante e ignorándote al siguiente. Estoy entre tu espada y mi pared. Sé que pierdo más que gano.
Aún recuerdo cuando me dijiste  que te gustaba que te odiase, porque el odio siempre acaba conviertiéndose en amor. No te creí en su momento, pero ahora comienzo a hacerlo. Por eso me da miedo odiarte, más incluso que quererte, porque ambos sabemos que eso no nos interesa. 
Así que te evito y me aguanto las ganas de besarte. Y tú, con esa maldita manía de tener siempre razón, me recuerdas que las ganas cuando se aguantan crecen, y con ellas la pasión. 
Y yo, con mi manía de odiar que tengas siempre la razón, sigo resistiéndome, esperando a que pasen rápido estos días y te vuelvas a ir, como cada año... pero me temo que mi odio se transforma demasiado rápido.